Después de la Gran Guerra, la que nos dejó casi al borde la extinción, tras el caos y de casi destruir por completo nuestro planeta, vino el orden: uno nuevo, con otras formas de pensar y el surgimiento de nuevas naciones. Poco quedó del Viejo Continente, de sus grandes ciudades, ahora inhabitables, de toda aquella tecnología y avances que facilitaban la vida a nuestros antepasados. Todo fue sustituido durante años por el hambre, las enfermedades y los movimientos masivos de los pocos supervivientes a las atrocidades y a la contaminación.Algunos mayores aún recuerdan los nombres de los antiguos países y naciones, de la historias del esplendor de antaño y abundancia. En parte de esos territorios está incluso prohibido recordar el pasado y las antiguas lenguas y los antiguos poderes de la corona y la religión luchan por sobrevivir. De las islas solo han quedado pinceladas inconexas de quienes vivieron allí antes y de las primeras de las hermanas que la habitaron. Renunciamos a nuestro nombre y a nuestra antigua vida para vivir en aquel lugar recóndito que ya no aparecía en los mapas. Y cuando íbamos al Continente, como veníamos del Norte, alguien comenzó a llamarnos valquirias.