Tal vez la vocación y la tarea del historiador no esté tan lejos de la del poeta. O viceversa. El poema sea quizá la expresión del sentimiento más enraizado, más ancestral, incluso atávico, de la experiencia del hombre, y el conocimiento de la historia sea el marco paradigmático, en sus hechos, sus hitos y sus anécdotas que sirva de referente y también de metáfora para una exégesis de la experiencia personal. Epigrafías pues, si se entiende aquí el término que denomina la escritura menos perecedera de la historia, sobre todo de la antigüedad, como la expresión de lo más hondo, de lo más introspectivo, que dará fe precisamente de esa imbricación, de esa fusión entre la historia y la poesía. Se estructura este libro en dos partes fundamentales: Cincuenta poemas epigráficos en los que la historia es la metáfora del sentimiento del autor y otros treinta y tantos en los que el acontecer, si se quiere más cotidiano o más eventual tiene también su expresión e interpretación poética.