¿Dónde están los límites entre el lector y el autor? ¿Entre el lector y el espectador? ¿Entre el lector y el compañero lector que es capaz de entrelazar sus experiencias personales con las experiencias nacidas de otras obras? Y van pasando las páginas delante de mis ojos sorprendidos y enamorados por tantas ideas, tantos puntos de vista, tantas reflexiones que, en ocasiones, siento que soy una más de las palabras o de las frases que recupera Federico de Arce de la memoria, de nuestra memoria compartida. Porque Federico de Arce nos deja acompañarle en su particular paseo narrativo de la mano de Kafka o de Borges, pero lo será también de cientos y cientos de otras lecturas y de otros autores, para partir de Cervantes -de su pasión por las obras de Cervantes-, para llegar a Cervantes -de su pasión ahora multiplicada por las obras de Cervantes-. Y, como un buen amigo, el libro de Federico de Arce es generoso. No se guarda una cita para sí mismo. Todo lo contrario. Este libro es una conversación en medio de un viaje con el amigo, con el que compartimos la pasión por la literatura. Una pasión compartida por Ce