Dejando huecos en el presente o caminando las veredas en un retroceder hacia adelante, nos descubre el autor toda una imaginería de lugares de peregrinación como verdes bosques de corazón blanco, y también ríos, océanos y glaciares, bancales, quebradas, cañones, cañadas y desiertos donde se da la vida y cuyos moradores, que no son otros que nosotros mismos, tienen el deber de vivir. Y nadie se queda atrás, ni siquiera los ?árboles matemáticos? a los que reza el poeta pensando siempre en ese perenne olivo que claramente evoca la figura de su padre. Esa es la verdad de Alberto. Hay que vivir sobre la tierra llevando a cuestas nuestra herida y el maravilloso golpe de nuestra sagrada inteligencia. Todo ello mientras haya tiempo.