La tarde del 30 de abril del 2002 Déborah salió a correr por la playa de Samil, en Vigo. Nunca volvió a casa. El 10 de mayo su cuerpo apareció en una cuneta a unos 50 kilómetros del lugar de su desaparición. Estaba desnudo, cubierto de retamas recién cortadas, perfectamente lavado y colocado. Los forenses descubrieron que tenía semen inyectado en la vagina y que el cadáver había sido conservado en un lugar fresco, alejado de los insectos. Tras veinte años de investigación, el caso finalmente ha sido archivado sin resolverse. La funesta investigación incluyó un rosario de irregularidades inexplicables. Entre ellas que su ordenador no fue investigado desde el principio, que el móvil y la tarjeta SIM de Déborah se perdieron en comisaría, y que misteriosamente no se buscó ADN de su posible agresor bajo sus uñas.El resultado es que la muerte de Déborah ha quedado impune. Este libro intenta mostrar el calvario que ha sufrido la familia desde la misma madrugada en la que descubrieron que la joven no había dormido en su cama.&nbsp,