El Derecho Administrativo se ofrece como una mole pavorosa de principios y normas, sometida a incesante cambio y expansión. Sufre el impacto de la globalización, del derecho europeo, de las nuevas tecnologías y la influencia de los mercados, así como el fruto de la autonomías políticas y administrativas, en un contexto donde crecen las demandas sociales y se amplían los espacios de exigencia de intervención pública. El resultado es un contexto jurídico-público de perfiles deshumanizados y lastrado de dogmatismo, en que el legislador gruñe a todo lo que se mueve, el ejecutivo muerde más que protege, y la jurisprudencia ladra más que muerde. Esa sombría percepción del autor, resultado de su experiencia como magistrado, funcionario y académico, le lleva a asumir el reto de descifrar el sentido y utilidad del derecho administrativo, así como exponer las puertas de la sensibilidad ética. El sentido de la disciplina es trino: servicio al interés general, garantía ética y de valores, y para su efectividad, control de su cumplimiento. Su salvaguarda impone nuevos paradigmas que devuelvan al derecho administrativo su majestuoso brillo: el buen gobierno, la buena administración y la buena jurisdicción. En paralelo, funcionarios y jueces deben extraer el máximo fruto de los estrechos portillos a la sensibilidad en la disciplina, consistentes en los institutos de la buena fe, los actos propios, el abuso de derecho, el principio de proporcionalidad, la equidad o la desviación de poder, así como la lealtad procesal, válvulas de humanidad que son analizadas por el autor con su huella jurisprudencial y su real potencialidad al servicio de la justicia.
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