En Se nos va el tiempo en los relojes suizos, Manuel Lacarta aúna con su manera sui generis lo descriptivo (épico) con lo narrativo (lírico) hasta darnos un poemario tan coral como puede ser, por ejemplo, las Hojas de Hierba de Walt Whitman. Solo el poeta es dueño de ese cosmos donde viven Vicente Aleixandre y las Tortugas Ninja, Guillermo Tell mata a Blancanieves y «el frío del invierno está en las manos». Sin abandonar formalmente el endecasílabo blanco a lo largo de sus 68 poemas, cosa que hiciera también en su anterior libro, Qué largo es el día con sus silencios, el mundo de la infancia, tema recurrente en él, se junta con las visiones de la ciudad moderna, las constantes referencias a la música, la pintura o la literatura y las impresiones de vejez más íntimas del autor, siempre preocupado por el devenir de las cosas y su tiempo, llegando a escribir: «De pronto has muerto dentro de un poema / dejando a tu paso palabras rotas/ sílabas a falta de completar». Dijo José Hierro en el prólogo de su libro 34 posiciones para amar a Bambi, ya en 1988, que «la poesía de Lacarta es una. Es decir, en cualquiera de sus momentos reconocemos al mismo poeta: imaginativo, que lanza al aire su mensaje desnudo, en los puros huesos líricos».
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