Todo un clásico de la ficción policiaca, publicado originalmente en 1932, en plena edad de oro de la novela negra británica. Maurice Mostyn es un anfitrión impecable. Su mansión londinense acoge a menudo a huéspedes de diversa índole para reuniones de negocios, aunque la naturaleza de tales «negocios» está muy poco clara. Cuando el señor de la casa aparece muerto en su cuarto de baño, a los invitados no parece sorprenderles ni importarles demasiado. De hecho, todos quieren cortar por lo sano y olvidarse del asunto cuanto antes. Pero el inspector Hallows no se lo va a poner tan fácil. La principal hipótesis de la causa de la muerte es la asfixia, ya que, al parecer, la habitación estaba saturada de gas. ¿Fue un despiste o el deseo de quitarse la vida? Pero el mayordomo excluye que su amo hubiera manifestado intenciones suicidas. Además, varios detalles dejan perplejo al inspector: la posición del cadáver, el hallazgo de un par de guantes donde no debían estar, las maniáticas disposiciones de Mostyn para limpiar el cuarto de baño, o unos tubos de pasta de dientes que vagan de una habitación a otra como si tuvieran voluntad propia. Y luego está la actitud de esos extraños huéspedes… Ninguno parece estar dispuesto a cooperar porque todos ellos tenían una razón más que válida para desear la muerte de Mostyn