En los cuentos de Santiago López Navia hay un deseo de recuperar un tiempo mítico, un tiempo sin espacios y, casi me atrevo a escribir, sin cronologías. Son tiempos que nos hablan de otras costumbres, de otras épocas; un tiempo en un barrio, un tiempo de juegos compartidos y del miedo y la desesperación cuando el balón de fútbol caía en el patio de la vecina más antipática, la más harta de estar todo el día aguantando las voces y gritos de alegría, de vida, más allá de los altos muros de su propio cementerio. Son cuentos que hablan de la infancia y desde la perspectiva de la infancia. Los escribe el adulto (el adulto que vuelve, una y otra vez, a la infancia queriendo encontrar momentos de felicidad plena, irrepetible), pero son los niños quienes hablan, son los niños quienes nos muestran su mirada, sus pequeños triunfos y sus grandes tragedias, esas que marcarán sus años de adulto.
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